Nada nos
lloverá salvo silencio,
agua rauda que
ensordece los sentidos.
Llueve adentro
de mí y es otra lluvia,
son las
palabras de tu presencia que no miro.
Mirada que no
escucho,
murmullo que no
toco,
el ruido
quemadura en la tormenta de mi cuerpo:
presencia de tu
ausencia en mis oídos.
Qué será de los
nosotros
que ya nunca
volverán a ser un árbol en el abrazo.
Qué será de
nuestros cuerpos sin nombre,
de los cuerpos
que perdieron el camino de la carne,
arrancados del
abrazo que era un árbol.
Pero cómo decirle a la sangre que olvide
sus recuerdos hechos de tierra,
cómo pedirle que regrese
impasible a la corriente nocturna,
cómo hacer callar su sonido.
Qué habrá del otro lado de la vida
si es un sueño,
qué habrá del otro lado, vivo sueño.
Qué habrá si ya no hay nadie cuando sueño,
sólo este cansancio sin orillas.
Se quiere saltar al otro lado del insomnio,
más allá de la pura incertidumbre
al vacío del sosiego.
Llueve en mí
toda tu ausencia,
que deje de arder
este silencio,
este verbo
pronunciado con las manos
que dio
azarosamente en lo negro de tu blanco
sin saber que
eras el arco y la mirada,
sin saber que
eras el blanco, y yo y mis flechas
apenas el
pretexto para darte
un abrazo en el
centro del silencio,
flecha lanzada
al espacio
donde el azar
te puso enfrente.
Saltar al otro lado, hacia el sueño.
Saltar sobre la orilla del insomnio,
donde el ojo ya no mira, sólo sueña.
Un saltar al vacío del sosiego
y es tan alto,
tan alta la negra incertidumbre del insomne.
Golpear la mano el hombro contra el muro del desvelo,
golpear con la cabeza, irse de bruces: duele así.
Mis manos
anidan en la mesa,
palomas en el
árbol de mi cuerpo.
Quise verte con
las manos, y en el sueño
el agua de tu
ausencia me llenó de sensaciones y de insomnio.
Los recuerdos
son mis ojos,
sólidos y
firmes en las ramas del desvelo,
en el águila
ceniza de mis manos,
en la carne y
la vigilia.
Sentado a la
mesa miro el mundo;
mis ojos se
cierran pero miran, intensamente miran.
Tendrá que caer alguna vez la pesadilla,
por fin y hasta cuándo esta vigilia sin sosiego.
Pasar al orden diurno pero cómo;
no hay cómo ni hasta cuándo en el cansancio.
Tú y yo nacidos
del silencio,
y afuera el
ruido sordo de los hombres
en su andar por
los zaguanes de la vida,
de esa noche
lateral donde comparten
el suave
murmullo de existir.
Mujer y hombre.
Todo lo de
afuera haciendo ruido,
un ruido sordo,
y adentro estas
palabras
que son manos
que son ojos que son bocas.
La luz
oscuramente sobrevino
de un juego de
preguntas o de un sueño,
preguntas que
eran flechas y la duda de esta vida
sirviendo de
carcaj y cuál destino.
Ese fue un
nuevo principio
en este andar
por donde nada tiene inicio,
preguntas que
eran hilos, o un bordado del tapete
donde habremos
sido somos seremos fuimos, y tú y yo
éramos un verbo
nunca dicho.
Jugamos a
encarnar el silencio
sumergidos en
un verbo impronunciado
o en el dátil
azul de la llama en nuestras bocas.
Ahora llueve en
mí y es otra lluvia,
agua de
preguntas que son flechas
en el gran
carcaj sin forma de la vida.
Siempre la
pregunta, la misma
que juega a ser
distinta para hacer un nuevo puente
donde Adán
cruce con Eva hacia la luz sin las palabras.
Ahora es otra
lluvia. La vigilia.
Ya no es el
portal que prometía el paraíso,
ya no es el
silencio que ensordece los sentidos,
es un grito y
es tu ausencia en el aullido,
es la voz de
mis manos en los ojos que no escuchan,
es el barco de
la niebla que te toca en mi memoria,
agua del
insomnio, luz de lo perdido,
lejos del árbol
de la sangre,
lejos del
impulso hacia la noche.
Este silencio
no es el paraíso, ya no puede ser el paraíso.
Sólo es el
recuerdo.
Tú y yo son los
recuerdos en la proa despostillada de la vida,
que navega en
mí tan dolorosamente cerca del naufragio.
Tú y yo serán
la espuma en el recuerdo de nosotros,
arrancados del
abrazo que era un árbol y era nuestro.
Ya no
cruzaremos ningún puente
—sólo el de la
lluvia que es olvido.
Llueve en mí
toda tu ausencia,
que deje de
arder este silencio.
Llueve adentro
de mí.
Ya no me lluevas.
Tú y yo son un
recuerdo sin nosotros.
No hay cómo decirle a la sangre que olvide
sus recuerdos hechos de tierra,
no hay cómo pedirle que regrese
impasible a la corriente nocturna,
no hay cómo hacer callar su sonido.
No habrá resurrección de los sentidos sin el sueño,
no habrá resurrección en la vigilia.
No hay otro despertar para el insomne,
sólo esta realidad de vivo sueño.
Un salto al otro lado no es posible,
su altura inmaterial es el quebranto de la vida,
y todo el orden diurno tan pequeño.
Golpear con el insomnio los recuerdos,
golpear la incertidumbre de los sueños,
golpear, irse de bruces:
Ya no llueve.
Ahora es la
tormenta en el estanque,
ahora es la
vida cotidiana,
raudal que
lleva a Nunca y se acumula,
que no fluye;
agua inmóvil.
Nada nos
lloverá fuera del sueño,
acaso porque
estamos siempre a medias en el puente,
siempre solos y
a medias en la ausencia.
Ya despierta.
Hay un ruido
sordo en la vigilia,
agua que no
fluye: las tijeras
con que el
mundo nos apaga,
nos corta los
testículos, nos ponte de pie,
nos levántate.
Y despierta.
Despertar es
otra forma de humillar al paraíso.
Ya despierta.
Salte de la
lluvia,
de esa
borrachera de palabras que son flechas
en la parda
oscuridad que lleva a Nunca;
palabras que
son todo cómo cuánto
que son nunca
ya el torrente que ensordece los sentidos,
que son lo que
no son,
el silencio,
esta espuma,
inmersión en
las aguas de un lenguaje sin orillas.
Levántate y
anda —el silencio se ha ido—;
son los pozos
de aire lo que escuchas,
el sentido
figurado del recuerdo.
Es el pozo y es
el túnel —no es la lluvia.
Es la vida
cotidiana,
tormenta en el
estanque,
agua rauda que
ensordece y es olvido:
la vigilia.
Salte ya de
este silencio.
Despierta.
Abandona esta
lluvia de palabras
de metáforas de
flechas que es un sueño,
que es un
puente donde Adán nada con Eva;
donde nada y
esta espuma del insomnio,
donde qué si ya
se han ido el paraíso y la mirada.
Ya despierta.
Nada lloverá
salvo silencio.
Despierta,
hermano Asno,
las tijeras
aguardan.
Vivo sueño. Ediciones Sin Nombre. 2006 |
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